Croacia se despliega como un escenario de contrastes: ciudades medievales que parecen detenidas en el tiempo y bahías donde el agua es un espejo turquesa. Recorrer este destino en barco no es solo una manera de conocer el país: es entrar en contacto con su pulso más íntimo. Así lo descubrió Serrana Polcaro –freelance fashion stylist– en un viaje que fue, al mismo tiempo, cómodo, libre y auténtico. Con el mar, siempre a pocos pasos y el relax de moverse sin apuro, sin valijas que cargar.
A finales de junio, Jetmar la invitó a embarcar el MS President, un barco de categoría Deluxe con capacidad para 36 pasajeros. Durante una semana navegó por la costa dálmata, en un itinerario circular que comenzaba y terminaba en la ciudad de Split. Lo hizo junto a su pareja, pero también junto a otros viajeros uruguayos con los que, al poco tiempo, tuvo una confianza casi de familia.
Visitó Makarska, Mljet, Dubrovnik, Korčula, Hvar, Bol y descubrió que cada lugar tenía su ritmo y su tono. Las playas de agua turquesa, los monasterios escondidos, los pueblos medievales de piedra clara que parecían salidos de un cuento de caballeros. En Korčula, caminó por callejuelas amuralladas; en Mljet, recorrió el parque nacional en bicicleta, entre bosques tupidos y lagos de agua salada; en Bol, se dejó sorprender por Zlatni Rat, esa playa que desde una toma aérea se ve como una lengua de arena dorada que cambia de forma según cómo sopla el viento.



Dormían en un puerto distinto cada noche y se despertaban temprano, con el sol filtrándose por las ventanas de la cabina. A las siete de la mañana, el barco soltaba amarras y comenzaba a navegar hacia una bahía tranquila. Mientras el resto del mundo apuraba sus rutinas, Serri ya estaba en el agua, nadando rodeada de naturaleza.
El MS President tiene 20 cabinas distribuidas en dos cubiertas, con un restaurante-salón, terraza exterior, solárium y una plataforma de baño en la zona trasera. Serri aprovechó todo: desayunaba temprano del buffet, usaba el stand-up paddle o las máscaras de snorkel, almorzaba el menú de tres platos y escuchaba a la tripulación contar el plan para la tarde, que variaba cada día. Por la noche, bajaba a recorrer cada destino nuevo y cenaba en un restaurante íntimo que encontraba mientras caminaba.
Durante el viaje hubo walking tours, traslados en lancha a calas escondidas, excursiones a cuevas y una cena especial con el capitán la última noche, con cata de vinos y picada de productos locales. Pero sobre todo, hubo algo incomparable: tiempo de calidad. Tiempo para flotar por horas, tiempo para mirar cada atardecer, tiempo para perderse por calles antiguas.



“Lo que más me gustó del viaje fue estar en contacto con el agua todo el tiempo y poder conocer tantos lugares en tan poco tiempo, que el viaje sea intenso”, cuenta. “Estabas siempre cómoda, pero cada día amanecías en un destino nuevo. Y al ser todos uruguayos, compartías lo que querías compartir y también podías estar sola en tu spot, tranquila”.
Serri había viajado en un crucero convencional, pero esta experiencia fue distinta. “Más auténtica y personalizada”, dice. Todo era más cercano. No era un viaje masivo, era como entrar a un destino por la puerta de atrás, la menos transitada, y que termines viendo los lugares más hermosos.
Viajar con Jetmar le dio, además, el respaldo de una agencia con experiencia, con operadores locales que conocen el terreno y saben recomendar lo mejor para cada perfil de viajero. “Te arman un viaje a medida –cuenta–. Saben mucho más que uno y eso te da confianza. La tripulación del barco también tenía todo el know-how para hacer que cada momento fuera perfecto”.



Lo que Serri tiene claro después de vivir este viaje, es que quiere repetirlo. Quizá un destino distinto, pero seguro en barco.
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