Viajar sola por Latinoamérica y trabajar remoto: así fue la aventura de Vale

Valeria, asesora de viajes de Jetmar, se puso la mochila al hombro, agarró la computadora y se fue a viajar sola por Latinoamérica. Visitó Perú, Panamá, Costa Rica y México mientras trabajaba de forma freelance y conoció a jóvenes de todo el mundo que también estaban viviendo como nómades digitales.
27/10/2025
Tiempo de lectura: 5 minutos
Vale Garaffoni, asesora de viajes de Jetmar

Es la cuarta vez que Vale Garaffoni viaja sola por el mundo. Aprendió a convivir con lo desconocido. A hacerse amigos nuevos cada día: compartir una mesa en un hostel, una charla en una terminal, un trekking con extraños que se vuelven compañeros de ruta. Aprendió a confiar, a resolver, a preguntar. Pero, sobre todo, a sorprenderse con cada paisaje, cultura o rostro local

En abril de este año, Vale decidió hacer una pausa en su rutina y lanzarse a un viaje de cuatro meses por Latinoamérica. Viajó sola, con mochila al hombro y laptop en mano, mientras seguía trabajando de forma remota como asesora de viajes de Jetmar. Recorrió Perú, Panamá, Costa Rica y México. Y en el camino, descubrió una nueva forma de estar en el mundo.

Su primera experiencia viajando sola fue a los 18 años, cuando se fue un mes a Nueva York con los ahorros que había juntado trabajando desde la adolescencia. Por timidez, habló con apenas un par de personas. Pero ese fue el inicio. Después vino Europa, un Work & Travel en Estados Unidos, y finalmente este último viaje, el más largo y desafiante de todos. Hoy, preguntarle a alguien “¿de dónde sos?” le sale natural. 

“Quería ver qué pasaba si combinaba viajar y trabajar. Y funcionó. Terminé planificando viajes para mis clientes desde coworkings, cafés, cabañas en la selva o incluso una reposera frente al mar”, cuenta. 

Mucha gente le preguntó si no le daba miedo ser mujer y viajar sola por Latinoamérica y ella siempre les respondió que no. Lo que realmente le da miedo es vivir la vida entre cuatro paredes esperando el fin de semana.    

El recorrido: desde los Andes hasta el Caribe

Su itinerario comenzó en Perú. Visitó Lima, Cusco e hizo el Salkantay, un hiking de cinco días hasta llegar a Machu Picchu. Un trekking que empieza entre montañas de piedra, pasa por lagunas turquesas y termina en selva húmeda. Cada noche se duerme en campamentos o refugios, y cada día se camina junto a mochileros de todas partes del mundo que buscan lo mismo: disfrutar cada paso del camino.

“Fue uno de los grandes momentos del viaje”, dice. Y no hace falta preguntarle por qué.

Después de los Andes, vino el mar. Vale llegó a Bocas del Toro, en Panamá: un archipiélago en el Caribe conectado por canales de agua turquesa en el que los autos se cambian por botes –taxiboats– y las casas de colores flotan sobre pilotes. Bocas del Toro no impresiona por grandes monumentos ni postales perfectas, sino por su forma de habitar el Caribe: simple, real, con una belleza que no necesita filtro.

Desde Panamá, viajó a Costa Rica: un país chico, pero con más diversidad natural que continentes enteros. Empezó por el epicentro de los mochileros: Santa Teresa, un pueblo costero donde la gente camina descalza, disfruta del surf y se reúne en cafés artesanales entre palmeras.   

También recorrió Monteverde y Manuel Antonio, con kilómetros de selva para explorar y miles de especies de plantas y animales, como tucanes, monos, perezosos o ranas de ojos rojos. Terminó en La Fortuna: tierra de volcanes activos y aguas termales. Desde Costa Rica hizo un paréntesis al su viaje como mochilera y voló a Los Ángeles, en donde se hospedó durante un mes en la casa de una amiga. Luego, siguió rumbo a México.

México fue muchos países en uno. Empezó viendo la cara del Pacífico en Sayulita: un “pueblo mágico” de calles de adoquines, arquitectura colonial, surf, mercados artesanales y tardes lentas que parecen no tener fin. Luego, visitó Puerto Vallarta, con sus montañas verdes cayendo en el mar. Desde el Pacífico, se movió al centro, a la icónica Ciudad de México y después cruzó al Caribe, en donde pasó el último mes y medio de su viaje. 

Se instaló en la Riviera Maya. Desde Cancún hasta Tulum, pasando por Playa del Carmen y Costa Mujeres, se movió entre hostels con coworking, hoteles all inclusive, playas de agua turquesa, cenotes escondidos y ruinas mayas rodeadas de selva. Trabajaba durante el día, y al terminar, salía a explorar. 

Cuando Vale empezó a planificar su viaje, pensaba empezar por Perú y Costa Rica y seguir por Europa, pero Latinoamérica se volvió una conversación demasiado interesante como para cortarla antes de tiempo. Solo había viajado por Argentina y Brasil y su curiosidad por su región la llevó a cambiar de rumbo. 

“Es impresionante la variedad de paisajes, culturas e historia que hay. No tenemos que ir a Europa para visitar lugares históricos que te dejan impresionada”, asegura. Además, recomienda especialmente hacer tours con guías locales: “Te cuentan las tradiciones, los orígenes, los cambios. Así, viajás con sentido”.

Los hostels y los nómades digitales

Era la primera vez que Vale combinaba viaje con trabajo y eso, en la práctica, implicó encontrar buenos espacios de coworking, organizar su rutina laboral y elegir con criterio dónde hospedarse. En ese sentido, los hostels jugaron un rol clave: no solo por ser una opción más económica, sino por ofrecer una forma de vivir en comunidad que enriqueció su experiencia.

El hostel es una pieza fundamental cuando viajás sola. Desde el minuto uno te suman a un grupo de WhatsApp con otros huéspedes, te invitan a actividades como yoga o clases de cocina y siempre hay alguien dispuesto a salir a recorrer contigo”, cuenta.

Muchos de los lugares donde se alojó estaban pensados para este nuevo perfil de viajero: jóvenes que buscan conectividad estable, zonas cómodas para trabajar y, al mismo tiempo, oportunidades para socializar. Además, Vale destaca que la mayoría de los hostels ofrecen habitaciones privadas, lo que permite conservar la intimidad sin perder el espíritu colectivo.

Lo que más le llamó la atención fue ver cómo crece la comunidad de nómades digitales. “Cada vez hay más gente que decide viajar y trabajar al mismo tiempo. Algunos tienen horarios fijos de oficina, otros más flexibles. Pero es un estilo de vida que se va instalando”, reflexiona.Recuerda especialmente una conversación que tuvo en Santa Teresa con una mochilera. Le preguntó de dónde era y la respuesta fue simple, pero contundente: “Del mundo. Soy ciudadana del mundo”. En ese momento, le pareció una frase curiosa. Hoy, después de cuatro meses viajando como mochilera, dice que no podría explicarlo mejor.

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